PENÍNSULA ENERGÉTICA
Aunque las conclusiones que podemos adelantar sobre la medida son aun muy genéricas, pues, hay que esperar a la propuesta concreta de España y Portugal y a su aprobación por la Comisión Europea, se espera que las centrales que queman gas para generar electricidad tendrán un precio de referencia y no lo podrán superar. Así, todo girará en torno a esa cifra topada, por lo que directamente el precio bajará y podría suponer una diferencia a la baja de 30.000 millones de euros anuales. En definitiva, las centrales de gas cobrarán lo que cuesta la producción de energía, mientras que las energías infra marginales, las que están por debajo del gas, cobrarán el precio de referencia que se va a fijar. La medida supone que se rompe con la teoría de que todas las energías cobren el precio de la más cara, a pesar de que de forma independiente tienen unos costes más pequeños. La cuestión es que en España el 70% de la energía es renovable o nuclear, con costes que no han cambiado respecto al año pasado e inferiores al gas. Ahora, debido a la subida del gas, están cobrando casi cinco veces más.
IMPULSO AL IBERISMO
Finalmente, la propuesta se presentó al alimón por los dos Estados de la península. El gesto tiene fuerza simbólica pero, sobre todo, es una muestra de cómo se está moviendo la geoestrategia entre los 27 a raíz de la invasión de Ucrania por Putin. El tablero internacional está cambiando y la oportunidad supone un impulso claro para el iberismo. Un movimiento político que defiende el acercamiento de las relaciones entre España y Portugal e incluso la fusión de ambos Estados. Ideales que fueron promovidos principalmente por movimientos republicanos y socialistas de ambos países, desde el siglo XIX, cuando tuvieron mayor predicamento en pleno Risorgimento italiano y unificación alemana. Pero el iberismo, además de un concepto político tiene vertientes económicas y culturales, nunca hasta la fecha desarrolladas plenamente. Una de las propuestas más recientes y consistentes es la Rui Moreira, presidente de la Cámara de Oporto, que propuso la creación de un Iberolux, que vendría a ser una estrategia conjunta entre Portugal y España, al estilo de Benelux, el tratado de Unión entre Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo, suscrito en 1958.
LA POTENCIA DEL SUR
El gran problema del iberismo es la concreción de su construcción política y de su definición jurídica. Sea federal, confederal, tratado con órganos comunes tipo Benelux o mera estrategia conjunta, la foto del primer ministro Antonio Costa y del presidente Pedro Sánchez, presentando conjuntamente el logro alcanzado en la cumbre de Bruselas supone un golpe encima de la mesa en el juego de equilibrios de poder de la UE. A la citada Benelux, se unió el eje de cooperación franco-alemán, con la firma del Tratado del Elíseo por De Gaulle y Adenauer en 1963, que sigue siendo la placa base sobre la que se sustenta el proyecto europeo por suma lógica de población y PIB de ambos Estados. El Grupo de Visegrado, Eslovaquia, Hungría, Polonia y la República Checa, constituido en 1991, ha demostrado su capacidad de presión. Y el Consejo Nórdico agrupa a los cinco países escandinavos, Islandia, Dinamarca, Suecia, Finlandia y Noruega, desde 1952. Si la relación ibérica desembocara en algún tipo de unión, de mayor calado que el actual, en la relación bilateral, solo Italia dentro de las potencias europeas quedaría aislada sin grandes aliados. De ahí el intento de acercamiento a Francia que Draghi ha emprendido y que no ha sido visto con buenos ojos por parte de Berlín. La UE se mueve hacia adentro y hacia afuera en una redefinición de la geopolítica mundial y europea. Debería ser el gran momento del iberismo.