La obra pública -carreteras, canales y grandes infraestructuras- ha representado históricamente avance y satisfacción para grandes necesidades en la sociedad. Al mismo tiempo ha supuesto una tentación para convertirse en iconos de gobernantes que querían dejar legados para la posteridad, a la vez que generación de empleo y riqueza para quien explotara de alguna manera la obra pública. Si las diferentes civilizaciones nos dejaron monumentos como los acueductos o las grandes vías de comunicación, en la sociedad democrática actual la construcción de infraestructuras exige no sólo inaugurar la obra, sino mantenerla y financiarla de una manera sostenible.
Un peaje con mala sombra
